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Byung-Chul Han. La desaparición de los rituales, Herder editorial, 2020, 128 pp. Alberto Morán Roa* La dupla interioridad-exterioridad y la naturaleza del poder son dos cuestiones centrales en la trayectoria filosófica de Byung-Chul Han. Su relación mutua ha marcado la pauta de la producción bibliográfica de Han desde el año 2010 en adelante: la publicación de La sociedad del cansancio (Herder, 2012) supone el inicio de una etapa en la que las cuestiones metafísicas y gnoseológicas de los ensayos tempranos se concretan en un análisis de la sociedad contemporánea y los efectos del neoliberalismo en el tejido social y la experiencia cotidiana. Desde entonces, Han ha centrado sus investigaciones en retratar las problemáticas derivadas de lo que identifica como una saturación de positividad en la sociedad. Esta tesis, enmarcada en un esquema hegeliano, defendería que la sobreproducción de positividad —entendida como aquello que promueve y optimiza los ciclos productivos— habría desplazado toda negatividad —en cuanto diferencia o límite—, extendiendo sus efectos a ámbitos como la temporalidad, la estética o la política. El neoliberalismo, defiende Han, habría conducido a este paradigma mediante el ejercicio de un poder no represivo sino productivo, generador y elocuente. Muchos de los planteamientos desarrollados en la etapa actual —que, como mencionamos, integra y adapta las perspectivas de la producción temprana— figuran de nuevo en La desaparición de los rituales (Herder, 2020), un ensayo que retoma numerosos ejemplos, tesis e inquietudes, como la morfología del tiempo o el auge del dataísmo. Han no se desvía del esquema que ha hecho de él uno de los autores de filosofía más populares de la actualidad: un lenguaje sucinto, la comparación directa de propuestas, la crítica de un capitalismo productor de extrañamiento y desasosiego; el interés, en definitiva, por cuestiones de gran * Estudiante de doctorado de la UNED, dirección de Kilian Lavernia (UNED) y Alba Jiménez (UCM). Este trabajo se ha realizado al amparo del Proyecto i+ D Jóvenes Investigadores en el marco del Convenio Plurianual entre la Administración de la Comunidad de Madrid y la UCM titulado La Deducción trascendental de las categorías: nuevas perspectivas. (Investigadora Principal: Alba Jiménez). Ref.: PR65/19-22446. ÉNDOXA: Series Filosóficas, n.o 46, 2020, pp. 505-510. UNED, Madrid 5ൾඌൾඪൺඌ 506 actualidad que tocan en el nervio no solo de problemas teóricos, sino reconocibles en lo cotidiano. El tono de Han, casi crepuscular, describe un panorama sombrío en el que las soluciones se presentan como virajes éticos, formas de ser-en-elmundo y expectativas de transformación. Han arranca La desaparición de los rituales poniendo en el centro el concepto de comunidad, en torno al cual ya dedicó interesantes páginas en su ensayo En el enjambre (Herder, 2014). La ritualidad y el símbolo generan, defiende Han, una «comunidad sin comunicación» (p.11) que gravitaría en torno al mutuo reconocimiento en un espacio y un tiempo acogedores y ordenados. A este respecto, Han retomará su tesis de la atomización del tiempo en una sucesión de presentes desordenados —descrita en El aroma del tiempo (Herder, 2015)— para reivindicar el papel estabilizador de los rituales, cuyo retroceso en la contemporaneidad obedecería a su inherente demora, que los situaría en la negatividad del esquema que sustenta su análisis. Dentro de este marco debe entenderse su reflexión sobre emociones y sentimientos —el lector interesado en este punto haría bien en leer el capítulo «El capitalismo de la emoción» en Psicopolítica (Herder 2014) para un estudio en mayor profundidad—, y una de las cuestiones medulares de su trabajo: la interioridad, un concepto de importancia capital en obras tempranas como Filosofía del budismo zen (Herder, 2015), Muerte y alteridad (Herder, 2018), Ausencia (Caja Negra, 2019) o Caras de la muerte (Herder, 2020). Han asociará la presencia de trastornos como la depresión o la pérdida de una estructura temporal ordenada con el imperativo del rendimiento, su forzada hiperquinesis y su primacía de lo intensivo. Esta exigencia de producción constante habría provocado un empobrecimiento de la relación con la exterioridad, disgregando no solo la estructura temporal sino los vínculos con el mundo. Para ilustrar este punto, Han se apoyará en el concepto de resonancia —en torno al cual también ha trabajado el sociólogo alemán Hartmut Rosa1 (en Resonancia, Katz Ediciones, 2019)— entendido como relación genuina con el mundo más allá del uso instrumental orientado al trabajo y los objetivos. La sociedad actual, bajo su aparente permisividad, está llena de imperativos: de autenticidad, de autorrealización — autoexplotación, en realidad—, y de publicidad, con el cuerpo, las emociones y la personalidad convertidos en productos expuestos como mercancía. La comunidad se ve así reemplazada por un «infierno neoliberal de lo igual» (p.34), un «narcisismo colectivo [que] elimina el eros y desencanta el mundo» (p.39), términos duros para un diagnóstico igualmente duro, con respecto al cual se prescribe 1 Han ya transitó por el trabajo de Hartmut Rosa para rebatir su tesis de la aceleración social en defensa de su tesis de la atomización en El aroma del tiempo. ÉNDOXA: Series Filosóficas, n.o 46, 2020, pp. 505-510. UNED, Madrid 5ൾඌൾඪൺඌ 507 un giro a lo ritual, en el que las formas volvieran a ser prioritarias. Ese giro invertiría la relación entre dentro y fuera, entre espíritu y cuerpo. El cuerpo mueve al espíritu, y no al revés. No es el cuerpo el que obedece al espíritu, sino el espíritu el que obedece al cuerpo. También se podría decir que el medio genera el mensaje. En eso consiste la fuerza de los rituales (p.35). La reivindicación haniana por los rituales se inscribe así en su apuesta, de gran amplitud, por una refactización que devuelva la importancia a lo corpóreo y lo inmanente, un contrapeso al control psicopolítico que empuja a los cuerpos al rendimiento mediante la interiorización de imperativos desde el psiquismo profundo y las emociones. Como parte de este giro, el «olvido de sí» (p.18) y el vaciamiento de interioridad en el que incurrirían los rituales constituyen, para Han, un bálsamo frente a la saturación del yo y el narcisismo. La tesis de la saturación de positividad cobra importancia desde el capítulo «Ritos de cierre», donde se apunta a que el imperativo del rendimiento habría acabado con la capacidad de finalizar, de dar por concluido, de clausurar. La atomización del tiempo, la primacía de lo provisional y la incapacidad de constitución comunitaria serían algunas de las consecuencias de esta tendencia para la que no parece haber freno. Esta desaparición del concepto del límite —que subyace a estas problemáticas, al fin y al cabo— se aplica también a las fronteras físicas, lo que lleva a Han a retomar algunas de las cuestiones clave que ya trabajó en su ensayo temprano Hiperculturalidad (Herder, 2018). Mientras su posición en aquel texto abría ventanas de posibilidad para el desarrollo en un mundo hipercultural —aun con muchas reservas—, el diagnóstico catorce años después de su redacción es marcadamente más pesimista: la hipercultura se describe aquí como una ilimitada cultura del consumismo carente de toda apertura a lo extraño. Los nacionalismos extremos, que Han denominó «fundamentalismos del lugar» en Hiperculturalidad serían, a su juicio, «una reacción […] a la apatridia hipercultural» (p.50), con la que paradójicamente comparten el rechazo a lo distinto en cuanto negatividad. Los capítulos posteriores abundan en las consecuencias del paradigma neoliberal, pudiéndose establecer una diferenciación clara entre pares conceptuales: el capitalismo se asocia al lenguaje superficial y meramente informativo, al rendimiento2 y lo transparente, al ruido3. En la alternativa haniana se aprecia el influjo de la cultura oriental, que de forma 2 Han distingue acertadamente el rendimiento del trabajo al señalar la naturaleza ilimitada del primero, frente al necesario comienzo y final del segundo 3 «Es justo en una sociedad atomizada donde se exige ruidosamente la empatía» (p.24). ÉNDOXA: Series Filosóficas, n.o 46, 2020, pp. 505-510. UNED, Madrid 5ൾඌൾඪൺඌ 508 tan determinante marcó sus primeros ensayos, así como de la crítica de Martin Heidegger a ese mundo moderno, capitalista, tecnificado y bullicioso, asociado a lo impersonal y la desfactización. A partir de estos fundamentos, Han apuesta por el silencio y la escucha, el reposo, la narratividad, el juego, lo misterioso. Su fórmula de la desinteriorización se apoya en la literatura, en la poesía —ese lujo del significante que rompe con la «economía de la producción de sentido» (p.81), con el «”negocio” de la producción de significado» (p.82)—. El sendero ético por el que Han conduce en La desaparición de los rituales no puede, pues, entenderse sin el substrato de sus investigaciones tempranas en torno al pensamiento del Lejano Oriente y el budismo zen: frente a la economía del deseo, el no-hacer de la calma; como alternativa a una temporalidad atolondrada basada en la consecución de objetivos infinitos, la contemplativa ausencia de dirección. La cortesía —que Han ya había abordado en clave de desinteriorización en Filosofía del budismo zen y, especialmente, Ausencia— queda aquí completamente escindida de la moral para atribuir a esta última un sesgo de interioridad. Para Han, la moral «presupone un alma que trabaja para su perfeccionamiento» (p.87). Esta premisa haría que la moral incurriese en varios de los problemas que diagnostica no solo en la sociedad contemporánea sino, como describió en sus primeros trabajos, en el conjunto del pensamiento occidental. Perseguir este progreso moral, esta mejoría del espíritu, incurriría en la clase de deseo que remite en última instancia a la interioridad, convirtiendo lo que se concibe como una entrega a la exterioridad en un gesto narcisista en el que la satisfacción y la mejoría personal motivan la acción. Esta afirmación, de inequívoco sustrato oriental, sirve a Han para explicar la proliferación de criterios morales en la actualidad4, frente a los cuales propone esta cortesía que ni persigue ni desea, pura forma que remite a la vacuidad —que Han ha señalado en muchas ocasiones como piedra angular del pensamiento oriental—. Sin embargo, este gesto no puede evitar un posicionamiento moral —pese a la su explícita renuncia a ello en el prefacio—: cuesta disociar del concepto «malo» los muchos problemas que señala en los principios basados en la interioridad, como cuesta igualmente no percibir como «buena» la praxis de la exterioridad plena. Como en la antítesis de la demora y la contemplación frente al bullicio productivo del capitalismo, la impronta 4 Remite esta idea a la tesis central de Jan-Werner Müller, quien afirma, en ¿Qué es el populismo? (Grano de sal, 2017), que el agente vertebrador de esta tendencia no sería esta o aquella orientación política o propuesta económica, sino un núcleo moral fuerte que articularía las dualidades a través de las que se expresa. ÉNDOXA: Series Filosóficas, n.o 46, 2020, pp. 505-510. UNED, Madrid 5ൾඌൾඪൺඌ 509 heideggeriana se percibe también en un intento de renuncia a la moral que, en vista de lo propuesto, resulta aporética. La cuestión de lo lúdico atraviesa el cuerpo principal del texto, relacionado con otro de los elementos fundamentales del pensamiento de Han: la narración. El juego se describe aquí en clave narrativa, como un espacio y un tiempo rico en rituales, símbolos y formas en el que el yo desaparece, inmerso en sus códigos. Incluso asuntos de gravedad, como la caza o la guerra, implican lo que Han denomina «juego fuerte», en el que hasta la muerte cobra significado. En esta estructura narrativa no hay aspecto de la existencia que quede fuera: frente a lo superficial de la experiencia contemporánea, carente de profundidad y negatividad, el juego delimita ese marco formal que constituye un «mundo»5. La relación del mundo ganaría así profundidad, sentido y relevancia, constituyendo una experiencia más genuina, más vital. El ensayo concluye con una reflexión en la que la seducción aparece como nexo de varias de las cuestiones recurrentes en el análisis haniano: la transparencia, el rendimiento, la dupla positividadnegatividad. Constituye así un corolario ajustado al contenido general del texto, que se lee como una recapitulación de las tesis más importantes de Han en torno a una cuestión —los rituales— que se integra sin fisuras en su esquema expositivo y analítico. Así como el contenido de su análisis mantiene la tendencia de su etapa actual, también la forma conserva sus habituales parámetros. Esto provoca que algunas de las cuestiones potencialmente problemáticas a lo largo de su trabajo continúen irresolutas. La crítica por la cual su perspectiva no concede la suficiente importancia a las cuestiones materiales, económicas o sociales6 renueva aquí su validez: en pasajes como el descrito en la página 32, Han extrapola con poca cautela las costumbres sociales y estéticas de la burguesía y la nobleza al conjunto de la sociedad. Esta falta de peso de lo material —pese a la decidida posición de Han por lo contingente, lo corpóreo, lo tangible— deja cuestiones cruciales sin analizar. Por ejemplo, la relación con el mundo o la percepción de la temporalidad por parte de aquellas personas que son marginadas de la estructura productiva es necesariamente diferente de quienes se integran en ella. 5 En una acepción que podría suscribir Kant: aquello en lo que todos los elementos están relacionados, constituyendo una comunidad genuina, así como una constante co-determinación. 6 Difuminar la frontera entre clases sociales, como en Topología de la violencia (Herder Editorial, 2016, p.123), cuando no el concepto mismo de clase social, es un buen ejemplo de las observaciones dignas de esta crítica. ÉNDOXA: Series Filosóficas, n.o 46, 2020, pp. 505-510. UNED, Madrid 5ൾඌൾඪൺඌ 510 Del mismo modo, las consecuencias de una adhesión a la contemplación y la serenidad pueden suponer quedar fuera de la maquinaria del rendimiento, hasta el punto de que en la actualidad pueden entenderse no tanto como una opción, sino como un privilegio. La precariedad material a la que aboca la renuncia a la dinámica capitalista es un palo en la rueda de toda ventaja estética o existencial que pueda derivarse de ella. Por último, la cuestión que resulta más notoria —por irresoluta— corresponde a la naturaleza de los rituales. Al presentarlos en sí mismos como alternativa, Han incurre en dos sesgos problemáticos: una atribución positiva de valor en cuanto pura forma —con una apenas existente discriminación de su contenido—, y por ello mismo una renuncia a analizar su posible origen. Es cierto que el ritual implica una participación narrativa de gran potencial constructivo comunitario-cultural, así como una temporalidad estructurada y una obediencia desinteriorizada sin necesidad de intervención legal ni psicología. Sin embargo, el esfuerzo de Han por dar esquinazo a la moral se trunca cuando vamos más allá de la forma y apelamos al contenido de los rituales, pues es solo entonces cuando resulta pertinente su prescripción o rechazo. La mera forma del ritual no garantiza su idoneidad, y hay una plétora de ejemplos de prácticas violentas o discriminadoras altamente ritualizadas. Por otra parte, aun de forma velada, el ritual siempre apunta a algo y obedece a un motivo: precisamente su disolución de la interioridad y su construcción comunitaria crean una impersonalidad en la que el significado ni se busca ni se cuestiona, pues forma parte de un mundo antepredicativo en la línea del Lebenswelt husserliano. El ocultamiento de su intención no la anula. Sería recomendable, por lo tanto, matizar el elogio general a los rituales y observar, donde sea pertinente, su genealogía y motivos, teniendo en cuenta el contexto en el que se desarrollan y qué estructura apuntalan, así como su potencial pernicioso: al integrarse de forma tan sutil y arraigada en la comunidad, su modificación resulta enormemente complicada, estigmatizando a quienes señalen los problemas que suscitan. 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